Qué difícil es ser observadorde la felicidad ajena
tras un delgado vidrio.
¿Felicidad?
Confieso que lo ignoro
cuando vos creés saberlo
por analogías de la ausencia.
Sé que ves tus propios besos
en boca de alguien más,
palabras bellas
que no harán eco en tu mente,
que imágenes en la suya se convertirán.
Sabés que con él me río más,
sabés que no deja las cosas como están.
Pensás que tiene mi cuerpo,
mi arrugado corazón,
mi tiempo
y sobre todo,
mis versos.
No lo niego.
Pero tuyos son los méritos,
por estar ahí solamente.
Porque hablando, sin darte cuenta,
me reparabas el alma.
Mas lo que no sabés
es que verdaderamente me enamoré
de un amasijo de contradicciones que
me sorprende a cada rato,
aunque no sea gratamente.
Quería vivir y amar también,
pues ser amada
para mí nunca fue nada.
Necesitaba y necesito entregar una parte de mí
que pudiera agrandar un corazón,
y mi manto para el tuyo ya no alcanzaba...
¡es tan grande!
Lo es tanto que mi pecho no sería un buen hogar.
Y sí, muchas de mis lágrimas se las debo,
sé que vos no me harías llorar...
pero no quiero regalarte una monotonía
que con múltiples raíces se quedara
por cortas eternidades;
una que no pudieras soportar y quisieras
terminar siendo ciego.
Con el vidrio al menos
podés ver que sigo en una sola pieza.
Con el vidrio, yo veré
que te liberás del peso que mis actos
alguna vez te propinaron.
Y sé que saldrás del fango,
que saldré de vos.
El vidrio no está fragmentado,
por lo tanto,
los golpes contra él no te harán tanto daño.
Las raíces,
en cambio,
te exprimirían hasta desangrar.
No quiero más sangre que la mía.
"No me digas te amo desde la tumba".
Entendeme, yo nunca quise nada con vos. ¡Y qué boludez!, nunca habrá otro amigo como el que sos.