miércoles, 4 de marzo de 2015

Gente diminuta

Vengo a hablarles de la gente diminuta.
Dicen que solo funciona el lado derecho de su cerebro,
que sus gustos son disímiles
y es difícil hacerlos notar que hablan lento.
En la mirada de la gente diminuta solo brilla el ojo izquierdo.
Diminuta es la acción que describía Nietzsche
de aquellos que no pueden aflojar sus cadenas
y sin embargo, pueden liberar a sus amigos.
La gente diminuta tiene corto alcance
si se lanza desde una catapulta,
pero puede caer en un campo fértil
y quedarse cultivándolo todo el día.
Hay grandes cantidades de gente diminuta:
es gente muy común que comparten la cualidad de saberse únicos.
Sus pensamientos son cósmicos
y ascienden como titán golpeando las diminutas gargantas,
y cuando sus diminutas cuerdas vocales son aporreadas
por el ímpetu de no cometer ningún error,
las palabras salen diminutas de sus bocas, a veces, a borbotones.
La gente diminuta está permamentemente intoxicada
pero con elementos no tóxicos:
demasiado amor,
demasiada esperanza
y unas ansias desaforadas
de ayudar a la gente grande que no necesita ayuda.
Con todo, la gente diminuta no siempre es diminuta.
Crecen exponencialmente con las adulaciones.
Sus pasos hacen retumbar la tierra cuando
logran acariciar el infinito.
Cuando se juntan entre diminutos
a profesar una especie de religión basada en el juicio.
Por otro lados, los números los vuelven realmente diminutos:
las cifras, las finanzas, la forma normal de la gente grande de ver el mundo.
Se achican proporcionalmente cuando las palabras diminutas
solamente tienen el impacto de una gota de agua
en las rodillas de la gente grande.
¡Es tan inevitable sentirse diminuto!
Tan inevitable como sentirse infinito.