Te veo y me dan ganas de asesinarte. O de devolverte el favor, para que te quedes conmigo y nunca puedas ser tú mismo.
Quisiera agarrarte como un muñeco de trapo, para que, sin que peses, pueda cargarte y lanzarte desde un vigésimo piso, que caigas sentado, la columna vertebral te salga por el cuello y la cabeza te quede colgando. Pero eso sería un menor castigo que lo que me hiciste.
Aún lo recuerdo, ¿sueles hacerles daño a los desconocidos? Yo era una aparecida en tus delirios de princesa, porque era tu sueño materializado en otro cuerpo. Y como estás tan acostumbrado a adular tu reflejo, confundiste la pantalla del computador con un espejo y lanzaste tus dagas.
Los circuitos, el espectro electromagnético y todas esas cosas de Ingeniería Electrónica de las que no quiero saber, hicieron su trabajo y me propinaron el tiro de gracia.
“La amo”, decían claramente esas palabras que me cercenaron los ojos.
Y con el miedo que le tengo a existir para siempre, por quedarme sin qué hacer, pronunciaste tu jeringonza y me volviste inmortal sin más.
Quisiera agarrarte como un muñeco de trapo, para que, sin que peses, pueda cargarte y lanzarte desde un vigésimo piso, que caigas sentado, la columna vertebral te salga por el cuello y la cabeza te quede colgando. Pero eso sería un menor castigo que lo que me hiciste.
Aún lo recuerdo, ¿sueles hacerles daño a los desconocidos? Yo era una aparecida en tus delirios de princesa, porque era tu sueño materializado en otro cuerpo. Y como estás tan acostumbrado a adular tu reflejo, confundiste la pantalla del computador con un espejo y lanzaste tus dagas.
Los circuitos, el espectro electromagnético y todas esas cosas de Ingeniería Electrónica de las que no quiero saber, hicieron su trabajo y me propinaron el tiro de gracia.
“La amo”, decían claramente esas palabras que me cercenaron los ojos.
Y con el miedo que le tengo a existir para siempre, por quedarme sin qué hacer, pronunciaste tu jeringonza y me volviste inmortal sin más.
(Weeping by Mark Ryden).