jueves, 17 de octubre de 2013

3 de agosto

Cerrar los ojos fuertemente y cruzar las piernas
para contener el deseo de gritar tu nombre a cientos de kilómetros.
Cepillarme los dientes con ahínco
para que la gingivitis remplace
 la sangre con la que acababan los mordiscos de tus besos,
e ir a acostarme,
a reposar en una cama tan diferente a tu cuerpo,
 en la que se hunde mi figura
y no se rebela contra mi histrionismo.
La cuestión es la impotencia de extrañar unidireccionalmente,
dejando que los recuerdos se cuelen por las cavilaciones más nimias
y la mente se pudra con el dramatismo de la ausencia.
 A veces la minúscula motosierra
que parece ser mi voluntad
toma tu foto y le pinta un gran bigote y diente chueco,
se burla de tus canciones, tus juegos y tus planes;
mas no ha podido cercenar ese último abrazo
y lo melifluo que fue dormir con vos al menos una hora...
ese beso que enviaste hacia la puerta del taxi en el que partí,
que se quedó flotando en una calle del centro.
Como ese beso, hoy estoy flotando yo,
oscilando entre un futuro brillante donde no estás vos
y el fracaso de completarme con mis sueños rotos recién pegados.
Y cada nueva noche seguiré soñando
a ver si la brecha se acorta con los años,
pero siempre con las piernas cruzadas y los ojos cerrados.