lunes, 31 de marzo de 2014

La siguiente excusa.

Tan solo soy un corazón atolondrado,
que anda por ahí como titán desbocado,
tan atolondrado que se usa
a sí mismo de excusa.
Maldad, fatalidad, víceras y razón…
no conozco su significado total
aunque pretenda ser de verdad
aunque pretenda suprimir a ese corazón.
¡No soy puro corazón…!
Los corazones tienen arrugas, pero no estrías.
Son ovaladamente pulidos,
no conocen de pliegues  ni huecos no metafóricos.
Los corazones no fingen,
no se consuelan ellos mismos,
a ellos les importa encajar y lo hacen a la perfección.
Por eso no puedo ser solo un corazón.
Pero tampoco tengo tripas ni razón.
No tengo tripas porque siento miedo
se me erizan los vellos, se me quiebra la voz
y tiemblo ante la negación…
no duro en una convicción
-quizá lo logre diez minutos, un día, unos cuantos meses…
pero siendo convicciones no deberían evaporarse
entre las yemas de mis dedos tan fácil-
y tengo un andar bastante torpe.
Mis propios nervios me ponen zancadilla.
¿Seré yo un corazón?
¡No, no puedo serlo!
Tampoco soy un cerebro.
No soy razón ni razones,
pues cuando fui razón de otros corazones
mis fibras quedaron esparcidas por toda la puta ciudad
donde matan a pobres corazones, como contaba Páez.
Mi razón no puede ser la razón, pues mi razón no entiende
que su razón debo ser yo misma
y no pretender ser otra
para que vuelva el otro que otrora estuvo.
Ese otro ya no existe y es mejor que esa otra que antes era yo, no exista.
Cerebro: anotado. Tripas: anotadas. Corazón: anotado.
Los tres atolondrados.
¿Todos tres atolondrados?
Y a veces soy otra que ya no existe.
El cerebro, las tripas y el corazón forman un ser humano,
uno que a veces explota por mala combinación.
Entonces explota y ya no existe.
Ya no existo…

he ahí la siguiente excusa, pero ¿he de rehacerme otra vez?