martes, 31 de julio de 2012

Desaparecer

Volatilizarse
quitar poco a poco
cada fibra de la piel

Tirar las fotografías
la partida de nacimiento
descomponer las huellas digitales
desaprender la caligrafía

Recoger uno a uno
los cabellos olvidados
en almohadas, cepillos
caminos
y hombros ajenos

Rajar la piel de las personas
para extraer cuidadosamente
las balas propinadas
por las miradas

Derramar el corrector de ojeras
en algunas retinas
y flotar
Irse
Morir
Quizá soñar

Quitarse los zapatos
y quedarse descalzo
lavar la ropa
y esterilizarla
rebobinar las caídas
que dejaron cicatrices
para reparar el asfalto

Cambiar las malas notas del colegio
y pedir perdón por desobedecer
Pedir perdón
Pedir permiso:
permiso de desaparecer
Te pido permiso

¿Te hago una petición?
Desaparecer,
el favor más grande que me podrías hacer

Concedido.

domingo, 29 de julio de 2012

Yo tampoco entiendo el amor

Como el Acid Mantle a la piel quemada, la poesía le hacía bien a mi corazón recién arrugado. Mientras luchaba contra el calor de la lluvia, escuchaba a un poeta jamaiquino que participaba en la versión número 22 del Festival de Poesía de Medellín. También oponía resistencia al entumecimiento de nalgas producido por estar sentada por mucho tiempo en las graderías del teatro al aire libre del Cerro Nutibara. Pero eso no le quitaba el sabor a los buenos poemas, los cuales todavía me hacían pensar en ciudades remotas y soñar con el retorno de mariposas amarillas a mi caminar.

Recosté la mejilla en la mano derecha y miré hacia el costado oeste del teatro, buscando las ramas de un árbol en las cuales enredar mis penas y hacer que se evaporaran al cielo. Entonces lo vi, sentado entre la maleza, a la sombra de lo que aposté, podría ser un castaño.

Estaba entre los matorrales, sentado simplemente, con sus ojos oscuros entornados, incrustados en su tez blanca como ónices, y su cabello crespo un poco enmarañado cayendo sobre sus hombros. Me recordó muchísimo a Otoniel Guevara, un amigo poeta salvadoreño que conocí en el décimo noveno festival, y que un día me había dicho que cada vez que escuchara "poesía abraziva" le buscara entre los árboles que rodearan el teatro. Fue por eso que no pude parar de mirarlo, hasta que un poeta del rap se apoderó del escenario... justo cuando el joven de cabello alborotado se disponía a devolverme aquellas miradas.

Y hubiera seguido viéndolo, de no ser por un verso de la canción de Fly So High que dirigió mis ojos a su voz:

"Busco un amor sencillo, sin temores ni prejuicios,
que tenga sus defectos, sus virtudes y sus juicios, 
que tenga algún problema, por ahí, de vez en cuando,
pero que por sobre todo, me mantenga estimulando.
Un afecto real, 
no ideal, 
ni inexistente,
un cariño entre humanos, imperfectos, no el de siempre...
que sea visceral,
como todo lo importante, 
amor natural,
para entregarse y aceptarse".

Aquello me llamó tanto la atención que seguí en la onda del rap, meneándome en mi puesto, aplaudiendo y sonriendo, sin mirar al hombre de negro rodeado de verde.

-...que yo no entiendo el amor -cantaba Fly So High-. ¡Levanten la mano los que como yo no entienden el amor! -Pidió al público.

Hice una ovación y le obedecí orgullosa.

Cuando el rapero abandonó la tarima, regresé la mirada al costado oeste del teatro. Ya me estaba observando cuando yo comencé a hacerlo. Hasta sentí un poco de vergüenza por estar convencida de que también me vio alzar la mano. No era capaz de mantenerle la mirada por mucho tiempo.

" Se parece mucho a Jorge -pensé recordando a un amigo de las épocas de colegio, que también era de facciones pulidas-, seguro se dejó crecer el cabello".

Y siendo así, ¿cómo podría sentirme atraída por Jorge?

Sin embargo, aquel hombre sobresaliente entre la normalidad tenía todas las cualidades que yo apreciaba; no lo conocía, pero de eso estaba segura. Además, si estaba solo allí, sentado sin más, era porque tenía que gustarle la poesía.

De repente comenzó a llover: Festival que se respete siempre debe estar pasado por agua, pero eso nunca detiene al público. Pronto las cabezas cepilladas, las boinas y los sombreros fueron reemplazados por paraguas y chaquetas, con letras y lluvia viajando por encima. Al igual que en la hierba, el chico de ojos negros entornados se transformó en un espacio vacío, al cual no valía la pena dirigirle más miradas... no hay que detenerse demasiado en recuerdos tan efímeros.

-No, no te vayas... -Susurré mientras le veía correr a resguardarse en algún lado, o bien, a alcanzar a un vendedor de plásticos hechos de bolsas de basura.

Escampó después de dos horas, luego de oír las melifluas palabras de Jotamario Arbélaez: "por aquí, salvo la amistad, el sexo y la poesía, todo mal"; y de aplaudir con ganas de dar la razón desaforadas. El tiempo pasó y yo debía irme. Me despedí de aquella compañía que empezó a antojárseme incómoda desde que vi al muchacho de los matorrales, y salí corriendo escaleras arriba hacia la salida, en la cual el auto de mi madre me esperaba.

Justo cuando acabé de atravesar las graderías y me dirigía a los límites del recinto, alguien tomó de la manga de mi buzo negro y me hizo volverme, por lo que me encontré de frente con unos ojos negros que me decían:

-Yo tampoco entiendo el amor.


viernes, 13 de julio de 2012

Se irán...te irás

Quiero que se marchen mis dolores de cabeza,
quiero que se marchen mis noches en vela,
quiero que se marchen los nudos de mis hombros,
quiero que se marchen mis problemas de colon,
quiero que se marche mi miopía,
que se  vayan las miradas impías,
quiero que se marche mi hernia discal,
que pare de salirme acné facial.
Quiero que se marchen las llagas de mi boca,
mis ganas de fumar, mi alergia,
que dejen de inconarse mis orejas
y algún día curarme de la sordera.
Quiero que se marche el mugre de mis uñas,
que deje de encorvarse mi columna,
quiero que se marche la acidez de mi garganta,
que se vaya ese aliento que espanta;
que mis senos dejen de colgarse
y sobre todo, que pueda dejar de mirarte.
Quiero que se marche mi obesidad,
que la celulitis se haya ido para Navidad,
y pueda devolverte el favor por fin:
dejarte de pensar,
dejarte de escribir.

Lady LeBlanc, 24 teléfonos rojos y 3 cigarrillos más tarde.

jueves, 5 de julio de 2012

Calla cuando tienes que callar

("Dolor exquisito", Sophie Calle).

Creeme que es grandioso ver
cómo tu verdadera personalidad
aflora en circunstancias precarias.
Ahora quieres ser tú mismo,
quieres responder cada cosa que yo diga,
aunque tus palabras
se tornen como dagas;
ya no callas,
ahora que tienes que callar.
¿Qué quieres que diga?,
te retorno la pregunta.
¿Que me estoy muriendo,
que mi vida es miserable sin ti?
¡Ding, ding, ding, ding, ding!
Por mí misma, ¡NO!
Dejame creer por un momento
que no eras nadie antes de quererme,
a ver si así olvido el dolor
que me propinaste
al entregarme un corazón
que ya tenía otro dueño.
Calla que te echo la culpa
porque también tengo una parte cobarde,
que necesita acorazarse
cuando la rompen.
Andate callado,
porque a diferencia de tu amor,
el dolor a cuentagotas no voy a tragármelo...
Dejame pensar
que algún día me vas a extrañar,
aunque ya no sea nada
y me haya vuelto la frivolidad en pasta;
quiero creer que no es así.
Calla cuando tienes que callar.

15 teléfonos rojos después.